lunes, 28 de septiembre de 2009

Crear un problema resoluble



La desatención y el abandono son circunstancias que facilitan la explosión de los conflictos, en función del grado de indiferencia acabarán liberando su energía de forma más o menos dañina. De ese modo, al aflorar y convertirse en una realidad de primer orden, éstos sustentan su existencia sobre las reglas de lo físico, más allá de lo sensorial, y son por lo tanto medibles, consecuentemente reales, ocasionalmente mediáticos e incómodos precursores del cambio.


Para manejar y controlar tal descarga podemos optar por fomentar el desarrollo de la autorreflexión colectiva, construir una nueva realidad con el objetivo prioritario de asumir la responsabilidad en la dinámica y expansión del problema, así como también posibilitar la comprensión de las capacidades de expresión de los sentimientos, de los pensamientos que sustentan las demandas, y las expectativas en la satisfacción de las necesidades expresadas, atendiendo especialmente a las limitaciones y capacidades de los protagonistas enfrentados, sin olvidar que es imprescindible potenciar al máximo las fortalezas de ambas partes.


Al ayudar a los colectivos a resolver sus conflictos, también ayudamos a las personas a cambiar aquellas realidades que dificultan el ejercicio de la ciudadanía, entendida como aquel conjunto de deberes y derechos que sostienen la deseable y anhelada justicia social.


Poseemos la innata capacidad de transformar nuestros conflictos, simplemente necesitamos establecer espacios para que la resolución surja efecto. Vencer las lógicas reticencias ante la puesta en escena no resulta fácil, pero una vez instalados en ese nuevo escenario podremos canalizar la energía capaz de neutralizar y prevenir los estados mentales vengativos, que son aquellos en los cuales, al sentirnos poderosos, somos capaces de actuar sin medir las consecuencias de nuestro actos, “generalmente acompañados por sentimientos de certeza impermeables a la influencia de las palabras por si solas”.


Al construir el relato de los acontecimientos, pondremos especial énfasis en la toma de conciencia de las actitudes y la escala de valores que orientan nuestra conducta, buscando sin escollos los puntos clave de la problemática y llegando a explicarla, para de este modo aportar modificaciones y puntos de vista distintos. Será útil introducir en este relato las soluciones intentadas y que no han funcionado, con el propósito de retomar con una nueva historia el camino hacia la convivencia.


Magdalena Gelabert Horrach.


Àrea de Comunicació. Col·legi d’Educadores i Educadors Socials de les Illes.

lunes, 21 de septiembre de 2009

UNA REFLEXIÓN DESDE LA CERCANIA.


Cuando hablamos de tercera edad hablamos de logros, metas, familia, tiempo libre, ternura…, pero también de soledad y envejecimiento. Y hablar de envejecimiento comporta, indefectiblemente, hablar de deterioro…Por eso, cuando nos referimos a la tercera edad, no podemos obviar problemas como Alzheimer, Cuerpos de Lewy, Parkinson, Demencia…

Tras el diagnóstico, los fármacos ayudan a frenar el avance de la enfermedad, a controlar los síntomas. Los neurólogos se afanan en probar combinaciones y nuevos tratamientos que dan esperanza. Toda la investigación está al servicio del enfermo, para mitigar el sufrimiento y frenar el avance del deterioro, porque no existe tratamiento que cure, y tampoco existe la posibilidad de que la persona retorne del mundo de tinieblas en que se sumerge tras enfermar.

Todo esto, sumado al exponencial aumento de personas afectadas, presenta un panorama hasta ahora no imaginado.

El incremento del número de personas mayores con necesidad de atención colapsan los servicios, y la administración no ha sido capaz de prever respuestas aceptables, al margen de la tan esperanzadora Ley de Dependencia. Cuando digo que no ha sabido responder, hablo de la infinidad de casos que permanecen en listas de espera, desatendidos o simplemente sin diagnosticar.


El sistema sanitario atiende al enfermo y mantiene al margen de este tratamiento a la familia. Craso error, a mi entender, ya que los efectos de esta focalización son altamente estresantes para los familiares y, por ende, factores de riesgo para nuestros mayores, que desbordan por completo a sus inexpertos cuidadores, auténticos luchadores y sustentadores de la calidad de vida del enfermo, y por la misma razón frágiles y absolutamente necesarios. Si el fin perseguido es la calidad de vida, la familia desemboca en la total pérdida de contacto con la realidad, que acaba ciñéndose exclusivamente a la realidad de la evolución del enfermo.

Siempre a la espera del radical cambio que supondrá la puesta en marcha de la Ley, no podemos olvidar la relevancia que tienen los profesionales, la familia, las instituciones especializadas y la comunidad como factores asociados al éxito de los programas de intervención con personas mayores. Debemos adoptar una perspectiva global y funcional del proceso de envejecimiento de la población en la que destacan los factores humanos sobre los tecnológicos y en que todos y cada uno de los sujetos que intervienen deben ser protagonistas.


El sistema sanitario, tal y como está estructurado, en la actualidad no contempla la prevención más allá de la reducción de daños en fases muy avanzadas de la enfermedad. No se plantean medidas protectoras para los que soportan la carga del cuidado, y es la variable a tener en cuenta para el futuro inmediato, a la espera de la panacea que aventura la Ley de Dependencia y que, presumiblemente, tanto costará implantar si no viene respaldada por recursos económicos suficientes.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Desde el compromiso hacia la excelencia socioeducativa.


Para que una profesión sea considerada socialmente, necesita reunir una serie de condiciones. Una de ellas e imprescindible, es el hecho de que la sociedad reconozca el interés y la exclusividad del servicio que presta. Pero para llegar a ese estatus, del cual seremos responsables últimos, los educadores sociales necesitamos, entre otras cosas, utilizar de forma eficaz un cuerpo de conocimientos sistematizado y transmisible, enfatizo, transmisible para que todos nos beneficiemos de los logros y las experiencias realizadas. Otro punto, no menos importante a fin de conseguir el reconocimiento de una profesión, es la adopción por parte del colectivo profesional de un código deontológico o ético (que tenemos) hacía el objeto: aquello con que trabaja una disciplina para conocerlo o cambiarlo, que en este caso sería la actividad socioeducativa.
La consideración social de una profesión pasa, inevitablemente, por el nivel de satisfacción en cuanto al logro de los objetivos marcados, esto lo sabemos todos, y creo que este balance debe ser público y evaluar tanto los éxitos como los fracasos para avanzar desde la auto renovación y la revisión permanente de lo que no ha funcionado. Asumir desde la humildad, pero con valentía, los nuevos retos a los que el desarrollo de nuestras competencias nos afronta, tenemos también la responsabilidad de que trascienda tanto a la comunidad científica como a la opinión pública, para eliminar susceptibilidades que obstaculicen el reconocimiento, que parece cuestionado de momento, entiéndase económicamente por ejemplo.
Si fuésemos capaces, desde la auto critica, de propiciar un nuevo marco en el que primara la calidad de la práctica por encima de todo, ayudaría, y si existiera realmente la certeza del interés y la exclusividad de la labor de los educadores sociales, los argumentos que esgrimen los que defienden la economía mixta en una situación de crisis del Estado del Bienestar como el actual, no serian valorados o tenidos en cuenta por la generalidad.
Es competencia de nuestro cuerpo profesional, en el ejercicio de una responsabilidad libremente aceptada, velar por la calidad del servicio prestado y propiciar el cambio de mentalidades, de otro modo resultará difícil conseguir los resultados deseados.
Desde la ética y el compromiso al que nos obliga el ejercicio de la labor socioeducativa, es imprescindible la capacidad de autocrítica mediante el análisis y la exposición pública de los conocimientos operacionales, la evaluación sistematizada de los mismos y la capacidad de incluir nuevas prácticas. Sabemos que no es fácil, ya que en beneficio del conocimiento somos deudores de constantes renovaciones.El reconocimiento, aunque parezca una obviedad, empieza por uno mismo. Reconozcamos, pues, la importancia de establecer mínimos de calidad, por debajo de los cuales se hace imprescindible la intervención de los organismos competentes para dignificar la atención hacía los que han depositado su confianza en unos profesionales con entidad propia y función pedagógica, profesionales que realizan una tarea educativa y reeducativa a través de la convivencia cotidiana, con todo lo que ello implica.

jueves, 17 de septiembre de 2009

¿Quién no desea vivir en una ciudad más limpia, con menos humos?


Lograrlo pasa, indefectiblemente, por el uso del transporte alternativo sostenible. Entiendo que la responsabilidad a la hora de buscar soluciones debe ser compartida y son el conjunto de las partes implicadas en el problema los justos interlocutores a la hora de satisfacer las necesidades generadas por los cambios.
Para argumentar esta idea quiero dejar clara mi posición sobre los conflictos, ya que comparto la general afirmación en la que éstos son oportunidades de cambio; los asumo como naturales, por tanto. Pero los conflictos no dejan de ser situaciones en las que dos o más partes entran en oposición o desacuerdo porque los intereses, las necesidades y los deseos se perciben o son incompatibles.
La solución al conflicto no puede ser más gravosa que el problema en sí. Vivo en zona Blanquerna y frecuento la carretera de la UIB desde hace cinco años, antes suspiraba por una buena vía y un carril bici que, a día de hoy, es utilizada casi en exclusiva por viandantes. Los estudiantes mayoritariamente se desplazan en su vehículo privado, para asistir a clase. El metro soluciona sólo el problema a los que residen en el núcleo de incidencia del mismo.
Si queremos un nuevo modelo de ciudad, cuyo esfuerzo por conseguirlo reconozco, no podemos sustentar este gasto sobre las frágiles espaldas de los menos privilegiados, cortando trajes a medida de los que, por lo general, no tienen problemas estructurales, sino ofrecer alternativas viables a los que no pueden sumarse a los cambios con la celeridad que supone borrar de un plumazo plazas de aparcamiento en una zona donde escasean y que, por ende, sufre la presión de ser céntrica y adyacente a zona hora, en una franja donde se construyen nuevas viviendas sin plazas de garaje de forma obligatoria.
De la misma forma que el ayuntamiento dispone de espacio público para garantizar el derecho a desplazarnos en bici y tener una ciudad más limpia debería disponer de espacio público para los que somos víctimas de un modelo de ciudad que no nos ha dejado alternativa al vehículo privado y habilitar el mismo número de plazas eliminadas en zonas alternativas. De otro modo este nuevo modelo de ciudad, a todas luces anhelado, se sustentará sobre las espaldas de los tradicionalmente perdedores, es decir sobre los que no tienen capacidad económica para comprar un parking en propiedad. Porque los fines de semana, no hay problemas de espacio, pues los que podemos nos vamos.

martes, 15 de septiembre de 2009

Abandono Social


El abandono social es una realidad, y su consecuencia es la ausencia del reconocimiento que todos los seres humanos necesitan para desarrollarse satisfactoriamente. El reconocimiento social de todos sus miembros es el pilar del crecimiento de una colectividad.
Restringir el acceso a los bienes culturales, a la información y a la formación de calidad, forma parte de históricos encorsetamientos clasistas que presumíamos olvidados.
El abandono social priva de las capacidades de aprendizaje que facilitan las relaciones interpersonales y condiciona las trayectorias de los individuos. Instituciones como la escuela no pueden justificar la desatención de los que no están en buena posición de salida, bajo el manido discurso de la falta de recursos o de la sobrecarga soportada.
El abandono también conforma la realidad de grupos tradicionalmente invisibles: parados de larga duración, jóvenes en riesgo, personas con discapacidad, ancianos, minorías, etc, sin olvidar a colectivos históricamente discriminados por género o condición sexual.
La invisibilidad social es una situación que afecta a los que, persiguiendo la integración, topan con la apatía y la relegación de una colectividad que no les considera. Si a todo ello, añadimos un cúmulo de exigencias convencionales, inasumibles por la ignorancia fruto de desatenciones enquistadas en un sistema poco generoso e inclinado por naturaleza a justificar realidades excluyentes, no puede sorprendernos la utilización de la fuerza en lugar de la razón, pues las personas privadas de espacio, de palabra, de opciones participativas, pierden la capacidad de tomar decisiones, de resolver conflictos racionalmente. En muchas ocasiones, las causas no son las condiciones personales o formativas sino la coyuntura que dificulta el acercamiento.
Cómo “la magia” que despliega la protagonista de Bagdad Café, posiblemente ha llegado el momento de aceptar guías en un proceso delicado de concienciación de la necesidad de eliminar la zona árida que separa los extremos, porque el rechazo se percibe y el esfuerzo carece de sentido, la norma desaparece y surge en escena la anomia, la falta de valores, de realidades satisfactorias y de sentimientos positivos.
Subestimar al otro en pro de privilegios individuales, la acumulación de derechos que compartidos, se nos antojan inútiles, provoca la desnudez del prójimo.
Y cuando estalla el conflicto, ante situaciones que demandan urgentes cambios, el grupo que goza de autoridad ejemplarizante percibe la amenaza del cambio demandado, a través de la expresión de una sintomatología llamada inseguridad, violencia, falta de garantías, etc.
El comportamiento sintomático del colectivo discorde contribuye a totalizar sobre él la tensión, focalizando soluciones sobre el síntoma dejando aparte las realidades que provocan el problema.
Es una respuesta accidental, una tentativa de solución, generalmente acciones ejemplarizantes que no hacen sino extender el desierto.No olvidemos que la inteligencia social va asociada a la capacidad para aprender de los errores colectivos. Si el aprendizaje colectivo produce saberes, no podemos permitirnos el lujo del abandono social en pro de la razón individual.

¿Educar para qué, a quién, con qué fin?


Trabajar para que Palma aspire a ser Ciutat Educativa es algo que debe llenarnos de optimismo, pero sería a todas luces más rentable que llegara a ser una ciudad educada.Desde diferentes ámbitos, se discute la necesidad de educación. Dicho término se asocia a prevención de la delincuencia, de la violencia género, de la marginalidad, etc. En consecuencia queda muy claro el lema, prevenir es educar. ¡Bonita declaración de intenciones!Lo difícil no es educar sino mantener la educación y que esta facilite el desarrollo de las personas. Me planteo la dificultad que supone la educación para la prevención cuando el hecho de la intervención educativa, que no en sí, formativa, se plantea o se circunscribe a grupos muy determinados y categorizados previamente; es decir, cuando "se forma una línea cerrada que envuelve exteriormente a los sujetos objeto del hecho educativo" y que en consecuencia los aísla, focalizando todos los esfuerzos en este conjunto cerrado, sin tener en cuenta variables externas que si no son tomadas en cuenta reducen o anulan el esfuerzo realizado. Si vamos más allá, y en las mismas condiciones, podemos llegar a justificar el extremo de no ser educado por permanecer en perpetuo estado de sujeto receptor de intervención educativa, como en un guión siempre idéntico, lo que podríamos acuñar como asistencialismo educativo.Educar a los que identificamos como no educados, sin prestar atención a los condicionantes que impiden superar este estadio, del cual Palma Ciutat Educativa no puede sentirse ajena, es negar que somos parte del problema pero también principio de la solución satisfactoria del mismo.A nadie se le escapa que la educación es la mejor manera de prevenir, lo sabemos todos, incluso nos cansamos de escucharlo, pero la rutina hace que en ocasiones olvidemos las causas de la agresión, que según Dollar, Miller y col., 1938, puede ser atribuida a una frustración previa. No es solución educar para controlar la ira que provoca el dolor del abandono social. Pensemos en zonas tradicionalmente olvidadas. Si queremos ser coherentes con nuestra labor educativa no podemos obviar la realidad, y que no por reiterada dejar de denunciarla. Es más, tampoco podemos pasar por alto que el ser humano procura sufrir lo mínimo posible, por ello arremete cuando se siente amenazado por la indiferencia. El miedo es libre e imprevisible. Esta agresión no debe confundirse con la falta de educación, es una defensa, comprensible y en ningún caso, punible.Educar, pero con el fin de usar inteligentemente la educación para que ésta sea eficaz. La acción educativa no puede instrumentalizarse como mero vehículo para resolver problemas, sino como el medio que nos permitirá replantearlos de forma democrática y, por ende, abordarlos globalmente, pero sin mermar las necesidades sectoriales e individuales que por separado se dispersan pero que cobran sentido cuando se contemplan en su conjunto.En tales circunstancias, es peligroso que para prevenir la violencia de los que consideramos objetivo de la acción educativa, eduquemos directamente mediante la contemporización de la frustración. Vigilemos pues el ego del educador, porque enseñar sin mirar, sin escuchar, puede ayudarnos a sentirnos más seguros pero nos hará terriblemente ignorantes.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Procesos de aprendizaje


A la hora de meditar sobre la necesidad de perfeccionar o desechar formas de actuar, se impone evaluar la intervención socioeducativa como ejercicio indispensable. La reflexión orienta a la mejora de la práctica, es una inversión de futuro. Pero, en previsión de malos entendidos, debemos también observar las consecuencias de nuestras acciones, de las que pueden aflorar posicionamientos estériles de los que abrazan la crítica desde la acomodación y el inmovilismo. Todo ello, huelga decirlo, puede repercutir negativamente en nuestro colectivo. No podemos caer en el maniqueísmo y pretender cubrir necesidades personales y simplistas que perjudican la consideración social de una profesión.Generalmente, somos poco conscientes de las consecuencias de nuestras acciones, si bien es cierto que la intencionalidad guía la praxis. Por tanto, se impone realizar evaluaciones serias que permitan detectar incongruencias del sistema, y orientar la actividad hacia la elaboración de instrumentos de trabajo que posibiliten la validación de teorías didácticas enriquecedoras. Pero ante la ausencia de éstos, y en el ejercicio responsable de nuestra intervención educativa, debemos realizar nuestro trabajo de la forma más cauta y esmerada posible.Si no realizamos un ejercicio de análisis sistematizado de la relación de nuestra conducta con la respuesta y las consecuencias de la misma, es fácil caer en explicaciones simplificadoras que depositan toda responsabilidad sobre los que reaccionan de forma inadecuada ante lo que ellos consideran una arbitrariedad y nosotros una intervención. Debemos dotar al colectivo con el que tratamos de recursos que faciliten nuestra labor, para que ésta sea factible y que, en definitiva, oriente y facilite el cambio. Todo ello pasa por elaborar argumentos adecuados, compensadores de carencias lingüísticas que imposibilitan la respuesta dirigida y estructurada. Para que esto ocurra, la persona necesita dar palabras a sus pensamientos, con el fin de elaborar el necesario discurso interior que le permita dar lógica a lo que está ocurriendo y por tanto, traducir la emocionalidad simbólica de la acción en diálogo y que éste, además, sea competente. Para estructurar esta respuesta, en muchas ocasiones la persona tiene limitaciones que debemos conocer y ponderar.Si existen carencias lingüísticas, la respuesta a nuestra intervención puede estar condicionada a múltiples variables, una de ellas es el aprendizaje. Las limitaciones que de éste se derivan pueden orientar la respuesta hacia el desanimo o la agresividad para hacer frente a la frustración. Después de todo, no son más que mecanismos de defensa aprendidos a través de experiencias insatisfactorias, recurrentes en la biografía de las personas que tratamos. Es de vital importancia el diagnóstico de minusvalías emocionales que condicionan de forma importante la trayectoria de las personas. Trastornos incapacitantes, si no son debidamente tomados en consideración. Para ello necesitamos instrumentos, grandes dosis de paciencia constancia y coherencia, pero también teoría de la praxis, que pasa por la evaluación y reestructuración de la misma.En no pocas ocasiones, atribuimos valor a las cosas de forma arbitraria, repercutiendo en lo que llamaríamos la teoría del caos. Sin meditar estas respuestas, contribuimos a la transmisión caótica de los hechos, que no hará más que aumentar la confusión fomentando un tipo de respuesta que se posiciona en el ensayo y el error, lo que dilata los procesos de aprendizaje y dilapidar enormes cantidades de energía

¿Dónde están los educadores sociales prometidos?


Entiendo que la especial situación en la que se encuentra Son Banya no es sólo consecuencia de la actividad delictiva a la que se dedica una mayoría significativa de los habitantes del poblado, sino de la falta de voz y reconocimiento al que se les ha sometido durante años. En el poblado no sólo conviven la oferta y la demanda de drogas. Viven niños, ancianos, drogodependientes de larga duración, estos últimos arrinconados en un espacio que ya de por sí excluye. Como dice Stephen Jay Gould en Las piedras falaces de Marrakech, el mayor peligro es el que surge de la mezcla incendiaria de arrogancia e ignorancia, lo que se traduce en la manifiesta incapacidad para prever el futuro y en consecuencia mejorar el estado de las cosas. Y añade: "Sólo tenemos que recordar la leyenda de Pandora para reconocer que algunas cajas, una vez abiertas, no pueden cerrarse de nuevo". Tras los escabrosos hechos ocurridos en el poblado, la toma de las calles de Son Banya debería traducirse en acciones dirigidas y encaminadas a soluciones interdisciplinares, no mediáticas, que caen en saco roto y que cincelan las mentes de los niños obligados a presenciar episodios deleznables. El buen sentido justifica acciones sociales encabezadas y diseñadas por profesionales formados y sensibilizados, sin uniformes y sirenas, sin cámaras. Redes de soporte a usuarios de drogas y a familias que viven en el poblado, acciones de respeto hacia niños y ancianos que aceptan con más o menos abnegación, pero no sin sufrimiento, una situación que todos aborrecemos y que conocemos desde hace años.

Ocio, drogas y adolescencia

Es cierto que por más estadísticas que leamos, sobre adolescencia y consumo de drogas, no dejan nunca de estremecernos las cifras, las edades? pero poco más. Sin embargo, cuando el binomio nos afecta directamente -un familiar, por ejemplo-, o cuando como profesionales nos acercamos al problema para analizar qué podemos hacer, la cosa cambia. Y nos afecta aún más, cuando descubrimos que lo que podemos hacer es poco, pues en esas circunstancias nos encontramos prácticamente solos. Tenemos que sentar las bases de un cambio que afecta a demasiadas esferas, un cambio que no es posible sin el compromiso de todos. La decepción, la angustia, la instalación social del aquí ahora, el presentismo, lo inmediato, el sentido de no pertenencia, hace que nuestros jóvenes crezcan sin herramientas para vivir la adolescencia de forma sana. Hablo de chicos a los que hay que sacar de la calle, proporcionándoles espacios sociales participativos y autogestionados, porque nuestros jóvenes se encuentran desubicados. Y para llevar a cabo un proyecto semejante en nuestra ciudad, se impone la creación de un "Imfof" del ocio: "Un organismo municipal creado para pensar y enseñar el tiempo libre, promover la autogestión de espacios y desarrollar iniciativas positivistas de consumo responsable, priorizando la atención a los colectivos más desfavorecidos y a chicos y chicas con problemáticas específicas, de manera eficaz, próxima, sentando las bases de una verdadera participación en las decisiones que les afectan".