martes, 15 de septiembre de 2009

Abandono Social


El abandono social es una realidad, y su consecuencia es la ausencia del reconocimiento que todos los seres humanos necesitan para desarrollarse satisfactoriamente. El reconocimiento social de todos sus miembros es el pilar del crecimiento de una colectividad.
Restringir el acceso a los bienes culturales, a la información y a la formación de calidad, forma parte de históricos encorsetamientos clasistas que presumíamos olvidados.
El abandono social priva de las capacidades de aprendizaje que facilitan las relaciones interpersonales y condiciona las trayectorias de los individuos. Instituciones como la escuela no pueden justificar la desatención de los que no están en buena posición de salida, bajo el manido discurso de la falta de recursos o de la sobrecarga soportada.
El abandono también conforma la realidad de grupos tradicionalmente invisibles: parados de larga duración, jóvenes en riesgo, personas con discapacidad, ancianos, minorías, etc, sin olvidar a colectivos históricamente discriminados por género o condición sexual.
La invisibilidad social es una situación que afecta a los que, persiguiendo la integración, topan con la apatía y la relegación de una colectividad que no les considera. Si a todo ello, añadimos un cúmulo de exigencias convencionales, inasumibles por la ignorancia fruto de desatenciones enquistadas en un sistema poco generoso e inclinado por naturaleza a justificar realidades excluyentes, no puede sorprendernos la utilización de la fuerza en lugar de la razón, pues las personas privadas de espacio, de palabra, de opciones participativas, pierden la capacidad de tomar decisiones, de resolver conflictos racionalmente. En muchas ocasiones, las causas no son las condiciones personales o formativas sino la coyuntura que dificulta el acercamiento.
Cómo “la magia” que despliega la protagonista de Bagdad Café, posiblemente ha llegado el momento de aceptar guías en un proceso delicado de concienciación de la necesidad de eliminar la zona árida que separa los extremos, porque el rechazo se percibe y el esfuerzo carece de sentido, la norma desaparece y surge en escena la anomia, la falta de valores, de realidades satisfactorias y de sentimientos positivos.
Subestimar al otro en pro de privilegios individuales, la acumulación de derechos que compartidos, se nos antojan inútiles, provoca la desnudez del prójimo.
Y cuando estalla el conflicto, ante situaciones que demandan urgentes cambios, el grupo que goza de autoridad ejemplarizante percibe la amenaza del cambio demandado, a través de la expresión de una sintomatología llamada inseguridad, violencia, falta de garantías, etc.
El comportamiento sintomático del colectivo discorde contribuye a totalizar sobre él la tensión, focalizando soluciones sobre el síntoma dejando aparte las realidades que provocan el problema.
Es una respuesta accidental, una tentativa de solución, generalmente acciones ejemplarizantes que no hacen sino extender el desierto.No olvidemos que la inteligencia social va asociada a la capacidad para aprender de los errores colectivos. Si el aprendizaje colectivo produce saberes, no podemos permitirnos el lujo del abandono social en pro de la razón individual.

¿Educar para qué, a quién, con qué fin?


Trabajar para que Palma aspire a ser Ciutat Educativa es algo que debe llenarnos de optimismo, pero sería a todas luces más rentable que llegara a ser una ciudad educada.Desde diferentes ámbitos, se discute la necesidad de educación. Dicho término se asocia a prevención de la delincuencia, de la violencia género, de la marginalidad, etc. En consecuencia queda muy claro el lema, prevenir es educar. ¡Bonita declaración de intenciones!Lo difícil no es educar sino mantener la educación y que esta facilite el desarrollo de las personas. Me planteo la dificultad que supone la educación para la prevención cuando el hecho de la intervención educativa, que no en sí, formativa, se plantea o se circunscribe a grupos muy determinados y categorizados previamente; es decir, cuando "se forma una línea cerrada que envuelve exteriormente a los sujetos objeto del hecho educativo" y que en consecuencia los aísla, focalizando todos los esfuerzos en este conjunto cerrado, sin tener en cuenta variables externas que si no son tomadas en cuenta reducen o anulan el esfuerzo realizado. Si vamos más allá, y en las mismas condiciones, podemos llegar a justificar el extremo de no ser educado por permanecer en perpetuo estado de sujeto receptor de intervención educativa, como en un guión siempre idéntico, lo que podríamos acuñar como asistencialismo educativo.Educar a los que identificamos como no educados, sin prestar atención a los condicionantes que impiden superar este estadio, del cual Palma Ciutat Educativa no puede sentirse ajena, es negar que somos parte del problema pero también principio de la solución satisfactoria del mismo.A nadie se le escapa que la educación es la mejor manera de prevenir, lo sabemos todos, incluso nos cansamos de escucharlo, pero la rutina hace que en ocasiones olvidemos las causas de la agresión, que según Dollar, Miller y col., 1938, puede ser atribuida a una frustración previa. No es solución educar para controlar la ira que provoca el dolor del abandono social. Pensemos en zonas tradicionalmente olvidadas. Si queremos ser coherentes con nuestra labor educativa no podemos obviar la realidad, y que no por reiterada dejar de denunciarla. Es más, tampoco podemos pasar por alto que el ser humano procura sufrir lo mínimo posible, por ello arremete cuando se siente amenazado por la indiferencia. El miedo es libre e imprevisible. Esta agresión no debe confundirse con la falta de educación, es una defensa, comprensible y en ningún caso, punible.Educar, pero con el fin de usar inteligentemente la educación para que ésta sea eficaz. La acción educativa no puede instrumentalizarse como mero vehículo para resolver problemas, sino como el medio que nos permitirá replantearlos de forma democrática y, por ende, abordarlos globalmente, pero sin mermar las necesidades sectoriales e individuales que por separado se dispersan pero que cobran sentido cuando se contemplan en su conjunto.En tales circunstancias, es peligroso que para prevenir la violencia de los que consideramos objetivo de la acción educativa, eduquemos directamente mediante la contemporización de la frustración. Vigilemos pues el ego del educador, porque enseñar sin mirar, sin escuchar, puede ayudarnos a sentirnos más seguros pero nos hará terriblemente ignorantes.