domingo, 7 de noviembre de 2010

¿Cómo nos relacionamos con nuestros deseos?

En el origen de muchos conflictos subyacen necesidades no satisfechas tal es la de amor propio, que Maslow establece como la de sentirse importante y valioso, por encima de la necesidad de dar y sentir amor, afecto y sentimiento de pertenencia; de hecho, puede llegar a ser tan poderosamente nociva para la persona ávida de reconocimiento que, alterando su capacidad de control, la lleve a ser esclava de sus impulsos.
En el transcurso de nuestras relaciones personales, en no pocas ocasiones puede ocurrir que sensaciones negativas asociadas a deseos, aumenten de intensidad y traspasen lo racional para derivar en conflicto abierto. Por lo general, desafortunadamente la pérdida de control involucra y daña a otros. El incremento del malestar será un aviso generalmente ignorado ya que los estímulos externos, derivados de la deliberada y envolvente toxicidad del entorno, incrementará nuestras reacciones; para con el transcurso del tiempo, la necesaria auto justificación y las maniobras orientadas a la satisfacción del deseo, desemboquen en el aumento de la hostilidad, característico del anhelo por vencer a toda costa.
Los deseos suelen aliarse con el miedo cuando la realidad contradice las expectativas personales, pues como afirma Elsa Punset (Inocencia radical, 2009) "el deseo insatisfecho, sólo es problemático cuando invade el sentido profundo de quienes somos". Si el conflicto radica en la percepción que tenemos de nosotros mismos, o de la amenaza que en los otros percibimos, tal vez ha llegado el momento de replantear algunas metas.
La necesidad asociada al miedo de la no satisfacción condiciona la demanda reactiva, que a su vez es el origen de la formación y desarrollo de la hostilidad, sobre cuya intensidad será determinante la dinámica del contexto y los recursos utilizados. Es importante, de forma contingente, fomentar la capacidad de autorreflexión que dé paso al restablecimiento del diálogo, para elaborar un nuevo discurso que transmita el debido reconocimiento a las partes, pero que también revele las consecuencias de las acciones para hacernos responsables de los acontecimientos.
En el entorno de una organización, el estrés entendido como aquella agresión de baja intensidad o frecuencia moderada pero constante, acabará siendo el detonante de la crisis. Entre los factores que detalla el profesor Selye destacan la frustración, la coacción, la envidia, los problemas afectivos, los celos, la fatiga, el calor, y el ruido; a estos factores podríamos añadir las consecuencias deliberadas y conscientes de las batallas de poder, tan nocivas en la convivencia educativa.
El educador social, como agente mediador, no puede ofrecer aquello que no posee, sencillamente porque difícilmente logrará estimular los necesarios cambios que sólo se producen a través de las relaciones interpersonales satisfactorias, responsables de la reflexión y la voluntad de modificar la forma de reaccionar emocionalmente, y que están basadas en la honestidad y la aceptación incondicional de las personas con las que nos relacionamos. En eso estriba la transparencia de la acción socioeducativa.