miércoles, 15 de mayo de 2013

Vincularnos con la tribu.


Ser capaz de interpretar los sentimientos, vislumbrar las intenciones y prever las actos de los demás son habilidades de una extraordinaria utilidad en las interacciones sociales, destrezas éstas que nos permiten comprender los estados mentales y afectivos de las personas que nos rodean; piedras angulares, en suma, de nuestra vida social.

En investigaciones recientes se ha estado trabajando sobre la hipótesis de que los mecanismos neuronales responsables de este fenómeno sean los mismos que implican a las neuronas espejo, aspecto a tener en cuenta durante los primeros años de vida, pues durante la infancia utilizamos la imitación y la mímica para interactuar con los demás. Este hecho es de vital importancia en la formación de los niños ya que, en este crítico periodo de su desarrollo, la calidad de las interacciones con los adultos fijará el sano equilibrio entre su mundo biológico y psicológico; por consiguiente, determina de forma crucial su ajuste sociopersonal. Nos referimos a este fenómeno dinámico como empatía.

Sin perder de vista que las personas reaccionamos al entorno o contexto en el que vivimos, podemos entender sincronía, simpatía o empatía como sinónimos, pues cumplen una función parecida: vincularnos con la tribu. Mediante la imitación del comportamiento y la sincronización de la conducta con los demás, fortalecemos el intercambio de estados emocionales, deseables o no.

La empatía es un activo que debe potenciarse y cuidarse exquisitamente en los primeros años de vida, durante los cuales se crean las estructuras neuronales involucradas en el desarrollo socioemocional que están determinadas por la calidad de las relaciones. Estas nos permiten satisfacer las necesidades básicas de aceptación, consideración y autonomía. Su objetivo es la protección y la supervivencia del individuo, pero también del grupo, y nace de la sensibilidad de los adultos hacia su prole y demás congéneres. Para ello, es imprescindible un clima orientado hacia la justicia social, pues sólo podemos sincronizarnos con los que identificamos como iguales. Somos sensibles a las penurias ajenas si percibimos que éstas también pueden afectarnos a nosotros. En definitiva, la empatía consiste en proyectar nuestro mundo en el mundo del otro, al percibirle como igual, principalmente si atendemos adecuadamente al vértigo de encontrarnos en su misma situación. Si nos sentimos inmunes a las circunstancias de los que nos rodean, corremos el riesgo de negar el sufrimiento y justificar su realidad como consecuencia de vicisitudes que nos son ajenas, alejando de nosotros la responsabilidad de formar parte de las soluciones colectivas, olvidando que éstas nos atañen a todos.