#EdusoDay2014
jueves, 2 de octubre de 2014
El educador/a social ¿nace o se hace? #diaES #EdusoDay2014
#EdusoDay2014
miércoles, 1 de octubre de 2014
CRISIS DE VALORES, ¿QUÉ VALORES?
En el ensayo “Desigualdad. Un
análisis de la (in) felicidad colectiva”, fruto de un riguroso análisis sobre las
consecuencias de las desigualdades sociales, los epidemiólogos Richard Wilkinson
y Kate Pickett concluyen que la desigualdad convierte a los países en
disfuncionales, obligándonos a ampliar los márgenes del discurso sobre un
fenómeno creciente como es la injusticia social.
Sustentada en análisis estadísticos
y estudios longitudinales, se revela una realidad que explica el deterioro de una
sociedad en aspectos medibles como pueden ser la obesidad o la salud mental, el
nivel de conflictividad social y el número de población reclusa, así como el
fracaso y abandono escolar, el porcentaje de jóvenes en conflicto o el número
de embarazos durante la adolescencia, relacionándolos con las desigualdades
sociales y confirmando como éstos fenómenos, tienden a acusarse a medida que
crece la distancia entre ricos y pobres.
Esta brevísima recensión al trabajo
de Wilkinson y Pikett viene a colación tras unas insólitas declaraciones,
publicadas el domingo día 27 de julio pasado en las páginas de este rotativo,
en las que se afirmaba que no se puede vincular el incremento de la
conflictividad juvenil con la crisis económica, y que más bien éste tiene
relación con una crisis de valores familiares y las dificultades que –volvemos
a citar textualmente- hay en algunas parejas para poder cuidar a sus hijos.
Los valores son creencias que
impregnan nuestras actitudes y comportamientos, son la base sobre la cual
tomamos decisiones. Por razones obvias, en las sociedades desiguales se empuja
a sus ciudadanos a banalizar el fenómeno de la pobreza, es la fórmula
thatcheriana que popularizó con éxito el discurso de que en realidad la
precariedad económica o laboral es fruto de la irresponsabilidad individual,
donde lo colectivo no existe ni es deseable.
No hallamos en el estudio citado, colmado
de análisis comparativos entre países, ninguna relación ni referencia a una
crisis de valores, pero sí se establecen relaciones que correlacionan las
dificultades de las familias para hacer frente al cuidado de sus hijos con el
galopante aumento de la pobreza, de la cual no parece estar exenta nuestra
comunidad, que ha experimentado un aumento del 11,8% en las tasas de riesgo de pobreza según datos
extraídos de la Encuesta de Condiciones de Vida INE 2013. En
todo caso, no conocemos estudios recientes que relacionen los efectos nocivos
sobre los valores familiares y la necesidad de incorporarse al mundo laboral. Es
más, y en sentido contrario, sabemos cómo en las sociedades desiguales no se garantiza
la redistribución de la riqueza donde muchos trabajadores son pobres y no
pueden atender debidamente a sus hijos. Las dificultades económicas en el seno
de una familia tienen consecuencias gravísimas, y no son pocos los estudios que
analizan las consecuencias sobre los padres que emocional y psicológicamente
están ausentes, secuestrados por la necesidad de cubrir las necesidades inmediatas;
estudios que vaticinan que el futuro y la calidad de vida de una sociedad se
decide en la forma en que cubre las necesidades básicas de sus niños que, a día
de hoy, están expuestos a las consecuencias de algunas decisiones (valores) de
quienes de modo eventual gestionan los recursos públicos.
lunes, 29 de septiembre de 2014
Y SI EMPEZAMOS POR LO BÁSICO.
Nadie puede
discutir el paralelismo entre privación de recursos durante la infancia y
problemas para desarrollar habilidades sociales, emocionales y del aprendizaje
en las primeras etapas de la vida; dificultad que alcanza mayor relevancia durante
la adolescencia. Al ser privados de un entorno social adecuado que permita a
los niños adquirir destrezas socioemocionales ajustadas, se observa cómo manifiestan
comportamientos inadecuados tales como, por ejemplo, conductas adictivas o desafiantes
y comportamientos violentos, cuyo exponencial aumento tanto nos preocupa.
La explicación podría obedecer a la exposición a la violencia estructural
de la que son víctimas, aquella que normaliza la no atención a las necesidades
básicas de las familias, al ser tomada
como modelo a imitar es respondida con igual intensidad por los jóvenes que han aprendido que, a través de la
violencia de cualquier índole, puede justificarse
el logro de objetivos sean de la naturaleza que sean y a costa de lo que sea.
Lejos quedan
espacios de convivencia como el hogar o la escuela, otrora acogedores, pues la
calidad de las relaciones se ve comprometida por el impacto de la austeridad,
convirtiéndose en espacios hostiles e inapetentes. Si bien, como afirma el doctor
Antonio J. Colom, catedrático de la UIB, aunque los niños en la actualidad
tienen mayores cocientes intelectuales que los de décadas anteriores, sabemos
que en una situación de casi emergencia social, las necesidades de los niños son
muy diferentes a las que tenían generaciones anteriores y estando en boca de
todos los escandalosos datos sobre fracaso y abandono escolar, se antojan
necesarias actuaciones basadas en los conocimientos, de otro modo, el daño es palpable.
Sabemos que la pobreza altera los
procesos cerebrales en los primeros años e incide directamente en las
estructuras responsables de generar aprendizajes que facilitan el éxito social
y la capacidad de regular emociones potencialmente nocivas, como son la ira y
el desánimo. Y también sabemos que problemas asociados al estrés crónico dañan
regiones específicas del cerebro, dificultando la toma de decisiones y provocando
lo que podríamos llamar ceguera hacia las
emociones positivas como el optimismo, la alegría, la motivación y la capacidad
de resistencia.
Una doble victimización se produce
cuando al desestimar la evidencia, las personas que durante la infancia han
sido víctimas de la violencia estructural, atrapadas en entornos de pobreza, son
con frecuencia foco de las críticas ya que obtienen peores resultados
académicos, manifiestan dificultades para mantener relaciones estables tanto
íntimas como profesionales, haciéndoles últimos responsables de su situación.
La evidencia, pues, nos dice que por lo que respecta a las expectativas que depositamos
en las víctimas también, en algo estamos fallando.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
Moral o propaganda
En el actual estado de crisis, la oportunidad del cambio
que ofrece la contingencia, ha servido para orientar la energía hacia la consecución
de objetivos más bien mezquinos, esto es, la instauración de un nuevo clasismo
en el cual se defiende a ultranza los beneficios individuales en pro de un
futuro incierto, pero a todas luces perverso.
Se ha llegado a tal punto, en el que el ejercicio de la
ciudadanía se antoja indeseable, por ofensivo y molesto, ya que persigue
movilizar a la sociedad para proteger derechos del hombre y del ciudadano, otrora garantizado por el Estado.
La
cuadratura del círculo está en la apelación a una ética trasnochada e
inquisitoria, dónde se pone especial hincapié en lo deseable, esto es, una
moral ad-hoc que encorseta a una parte de los individuos en una división social
basada en cotas o números clausus donde privilegiados y desheredados cumplen
una función homeostática cuyos parámetros son dictados al albur de la
irregular, por “inevitable”, distribución de la riqueza, donde se justifica la
necesaria y dolorosa iniciativa de cercenar la cobertura de necesidades
básicas, incluso de alimentación de ciertos sectores ciudadanos -léase infancia
y personas en situación de dependencia-, como los más vergonzantes, quedando al
margen la naturaleza misma del ser humano diabolizando el altruismo, si no es dádiva
o limosna, y lo colectivo, si no apoya
unilateralmente las “dolorosas” decisiones, donde se justifica desde todos los ámbitos
del poder la impermeabilidad de las fronteras del bienestar.
Esto se pretende conseguir apoderándose de los gestos y
del discurso resignado, consecuencia del miedo bien administrado, se apela a
una moral deseable, por sumisa e infinitamente provocada, en el decaer de los
derechos, pero con la certeza de que si te mueves será peor. Demonizando la
discrepancia en el ejercicio de la ciudadanía que representa el ejercicio de
las libertades, pero sobre todo del objetivo prioritario de la sociedad, que no
es otro que lograr una condiciones de vida, dignos, para todos.
El
más capaz es el que ha tenido las mejores oportunidades de salida, y se echa en
falta el mismo celo en defender arbitrariedades individualistas que en proteger
derechos colectivos que atentan principalmente contra la infancia.
Los valores, al fin y al
cabo, son metas deseables, son los que nos hacen tomar una decisiones u otras por lo que se
nos avasalla con el discurso que justifica medidas serviles, que nos alejan de
la justicia social, que ha dejado de ser objetivo para convertirse en obstáculo,
a la hora de retornar las cosas hacia un estado del que algunos insisten en no
apearse, hacer de la escuela la institución encargada de seleccionar y
organizar a los ciudadanos en función de sus capacidades, pero sin interferir
en ellas.
Y
para los que ya han llegado tarde a esta nueva manera de aportar ciudadanos,
estalla el discurso descapitalizador donde la formación y el conocimiento no es
un valor si no la oportunidad de salir fuera para constatar el fracaso de la
escuela y la universidad. Elogiando la necesidad de que nuestros jóvenes más
formados realicen su actividad profesional lejos de nuestro país, de este modo se
desactiva el potencial peligro del malogrado capital cognitivo en el que puede
germinar el descontento argumentado y por tanto peligroso, ya que al poner
palabras al malestar se debilita la tiranía homeostática del discurso
atributivo y surge la posibilidad de transformación.
domingo, 31 de agosto de 2014
JAQUE A LA ESCUELA
¿Crisis?
¿Qué crisis?, se pregunta una parte de la ciudadanía, más que escandalizada,
rendida, esa es la verdad, tras comprobar que el Gobierno persiste en
plantearse intervenir tan solo en determinados operadores sociales, dejando de
lado a otros que son tan necesarios o más que los primeros, como por ejemplo
una escuela que favorezca la igualdad de oportunidades. La otra mitad, por el
contrario, parece haberse rendido definitivamente a los cantos de sirena que
pretenden hacernos creer que sólo los recortes en servicios públicos básicos
pueden terciar con éxito frente a la prima de riesgo y a las agencias de
calificación.
Al mecanismo sobre el que se sustenta esa
suerte de paralogismo, en psicología se le conoce como ley de la realidad aparente,
que postula que todo aquello que nos parece real -aun sin serlo- suscita
respuestas emocionales. Y es que sólo desde el desconcierto, se puede acabar
aceptando como fidedigno aquello que pertenece, más bien, al ámbito de la
sofística.
Sorprende la cantidad de millones que irán a
parar a fondo perdido para paliar los desatinos de una mala gestión, y a la
educación pública se la racanea escatimando en docentes, becas de estudios y en
programas de atención a la diversidad Justificando lo injustificable, hacen
responsables de sus necesidades a los que no disfrutaron de la bonanza y, por
ende, culpables del perjuicio que supondría a la “Nación” su incómoda atención,
como si la equidad fuera el sumun de los aquelarres y las bacanales indecorosas.
Es inaudito, máxime cuando se sabe que los
educadores, más que ninguna otra profesión, son los guardianes de la
civilización. Eso no lo he dicho yo, sino un matemático, filósofo y premio Nobel
de literatura como Bertrand Russell; claro que ante la evidencia del escaso
pábulo que se le brinda últimamente a los galardonados en Suecia, no sé si en
lugar de apoyar mis argumentos los acaba desvirtuando.
Se han elevado a dogmas, ocurrencias cuya
extrema simpleza se desvanece ante la
arrogancia de quienes ostentan y legitiman el rodillo con el que se ha
sentenciado el futuro de quienes, habiendo tenido poco, acabarán sin nada.
Al final va a resultar que la teoría que
Fernando Pessoa expone en El banquero anarquista, es mucho más que un ensayo en
la línea de la sátira dialéctica, y que nuestro fin es la sociedad libre. Libre,
sí, qué duda cabe, pero para que los más fuertes, económica y socialmente, y
eso no lo dice el escritor portugués sino yo, puedan levantarse impunemente en
rebeldía frente a las convenciones sociales que juegan en su contra.
jueves, 7 de agosto de 2014
martes, 14 de enero de 2014
LOS COSTES DE LA CRISIS
La escasez de recursos debe ponernos sobre aviso y activar todo tipo de alarmas acerca de lo que sucede cuando las familias no pueden hacer frente a sus gastos, o cuando pierden la estabilidad que proporciona un hogar seguro. Los efectos del estrés sostenido en los niños, y las consecuencias de la pérdida del hogar debería dirigir nuestra atención hacia las condiciones de éste, que sin duda predicen con cierto rigor el bienestar y el desarrollo futuro de los niños, desarrollo cognitivo si lo que nos preocupa es el éxito escolar. Los resultados obtenidos por evaluaciones realizadas en países con altas puntuaciones en el sobrevalorado y nunca suficientemente bien nombrado informe PISA, vinculan pobres resultados en habilidades lectoras y matemáticas, más problemas emocionales y del comportamiento, a las condiciones del hogar y al clima familiar inestable.
Diferentes estudios muestran que pensar en los pensamientos de otra persona activa las células nerviosas de una región del cerebro conocida con el nombre de unión temporoparietal derecha, y resulta que algunas de estas células responden de manera diferente cuando somos expuestos a daños intencionales o accidentales, por lo que a la hora de tomar decisiones no conviene subestimar las consecuencias de éstas ya que, inevitablemente, marcarán el futuro de muchos.
El neurocientífico Antonio Damasio acentúa la importancia del papel de la emoción en la generación de los juicios y tal como asegura Iacoboni, en su libro Las neuronas espejo, "mi cerebro entiende lo que ve, y lo que ve determina lo que siento". Jorge Moll y sus colegas, en 2002, en un estudio publicado en The Journal of Neuroscience llegarón a la conclusión de que juzgamos a los demás no sólo por lo que hacen, sino también por las intenciones que percibimos en la acción. A partir de este supuesto, siguen interesados en discernir cómo el cerebro responde cuando intentamos discriminar lo que está bien de lo que está mal, hallando pruebas de que los cambios en la química del cerebro influyen en cómo nos comportamos, cuando percibimos que somos tratados injustamente. Al medir de qué manera los cambios en la química del cerebro afectan a las reacciones de la gente, otro estudio alerta de los efectos de los bajos niveles de un neurotransmisor llamado serotonina, los resultados sugieren que bajos niveles de serotonina en el cerebro pueden cambiar las motivaciones de las personas a la hora de hacer frente a la injusticia. Por ejemplo, cuando se agota la serotonina, las personas que normalmente son más tolerantes pueden llegar a ser más felices con la venganza. Crockett señala que los niveles de serotonina pueden fluctuar cuando la gente tiene hambre o cuando está estresada.
Coley y sus colegas, en una investigación publicada en la revista Developmental Psychology en 2005, con el objetivo de entender cómo la vivienda en sí, no el entorno social, podría influir en los niños, constatan que las malas condiciones del hogar tienen un impacto en los menores a través de la conducta de sus padres, estresados y desbordados por la situación. Sin embargo, asegurar que los padres tengan el apoyo suficiente para proveer a sus hijos de los mejores cuidados en el hogar, no es una tarea fácil en tiempos en los que parece ser que satisfacer las necesidades básicas, aspecto esencial para el adecuado desarrollo infantil, no es un objetivo prioritario.
Craso error, pues otros análisis, que miden el costo-beneficio de las intervenciones basadas en el cuidado a las necesidades en la infancia, verifican que éstas se perfilan como garantes del desarrollo de lo que se consideran habilidades no cognitivas; y es que, a través de experiencias parentales tempranas de calidad, se produce un retorno económico a la sociedad. La adquisición de habilidades socioemocionales sanas, garantizan la atención eficaz hacia sus propios hijos en el futuro, permitiendo desarrollar amistades duraderas y relaciones íntimas satisfactorias, así como mantener un trabajo y convertirse en personas productivas y esto ocurre, a corto plazo.
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