domingo, 31 de agosto de 2014

JAQUE A LA ESCUELA

¿Crisis? ¿Qué crisis?, se pregunta una parte de la ciudadanía, más que escandalizada, rendida, esa es la verdad, tras comprobar que el Gobierno persiste en plantearse intervenir tan solo en determinados operadores sociales, dejando de lado a otros que son tan necesarios o más que los primeros, como por ejemplo una escuela que favorezca la igualdad de oportunidades. La otra mitad, por el contrario, parece haberse rendido definitivamente a los cantos de sirena que pretenden hacernos creer que sólo los recortes en servicios públicos básicos pueden terciar con éxito frente a la prima de riesgo y a las agencias de calificación.
Al mecanismo sobre el que se sustenta esa suerte de paralogismo, en psicología se le conoce como ley de la realidad aparente, que postula que todo aquello que nos parece real -aun sin serlo- suscita respuestas emocionales. Y es que sólo desde el desconcierto, se puede acabar aceptando como fidedigno aquello que pertenece, más bien, al ámbito de la sofística.

Sorprende la cantidad de millones que irán a parar a fondo perdido para paliar los desatinos de una mala gestión, y a la educación pública se la racanea escatimando en docentes, becas de estudios y en programas de atención a la diversidad Justificando lo injustificable, hacen responsables de sus necesidades a los que no disfrutaron de la bonanza y, por ende, culpables del perjuicio que supondría a la “Nación” su incómoda atención, como si la equidad fuera el sumun de los aquelarres y las bacanales indecorosas.
Es inaudito, máxime cuando se sabe que los educadores, más que ninguna otra profesión, son los guardianes de la civilización. Eso no lo he dicho yo, sino un matemático, filósofo y premio Nobel de literatura como Bertrand Russell; claro que ante la evidencia del escaso pábulo que se le brinda últimamente a los galardonados en Suecia, no sé si en lugar de apoyar mis argumentos los acaba desvirtuando.
Se han elevado a dogmas, ocurrencias cuya extrema simpleza se desvanece  ante la arrogancia de quienes ostentan y legitiman el rodillo con el que se ha sentenciado el futuro de quienes, habiendo tenido poco, acabarán sin nada.

Al final va a resultar que la teoría que Fernando Pessoa expone en El banquero anarquista, es mucho más que un ensayo en la línea de la sátira dialéctica, y que nuestro fin es la sociedad libre. Libre, sí, qué duda cabe, pero para que los más fuertes, económica y socialmente, y eso no lo dice el escritor portugués sino yo, puedan levantarse impunemente en rebeldía frente a las convenciones sociales que juegan en su contra.