viernes, 2 de octubre de 2015

"La educación social en la esfera pública. El reconocimiento social de la profesión" #EdusoDay2015


La estructura emocional que da sentido a nuestros deseos es también la responsable de nuestros comportamientos, tal y como explica José Antonio Caride en su artículo Construir la profesión: la Educación Social como proyecto ético y tarea cívica. Las profesiones sociales nacieron y se consolidaron con la idea de satisfacer las demandas de una ciudadanía cada vez más consciente de sus derechos y de la unívoca conexión emocional entre el trabajador y el colectivo atendido, sin embargo parece que estamos lejos de conseguir el reconocimiento social deseado.

Si partimos de la base de que los derechos surgen de la conciencia colectiva en torno a la cubertura de necesidades, que para el doctor Luís Ballester de la Universidad de Illes Balears dependen de una frágil organización de interacciones que casi siempre están subordinadas a normas, entenderemos por qué, en ocasiones, los cambios no sólo deben incumbir a factores externos al ejercicio de la profesión. Al respecto, conviene tener presente algunos aspectos interesantes:

Por lo general deseamos que el cambio nos venga impuesto desde fuera, que cambien las circunstancias y los acontecimientos, pues no sentimos la necesidad de que este cambio se produzca en nosotros, ya que atribuimos a las circunstancias el estado en el que nos encontramos. Y es que cambiar es realmente complicado, y exige un esfuerzo que obliga a incorporar un sistema de comunicación positivo como elemento para construir futuro.

Para responsabilizarnos de nuestra forma de proceder y divulgar mejor nuestras acciones, tal vez sería interesante trabajar sobre la base de la zona de confort que tanto nos define en el imaginario colectivo, y sobre el que extendemos nuestras frustraciones. Sería deseable redescubrir y potenciar las oportunidades, en las que los conflictos se transforman en opciones de cambio, no para cambiar a los otros sino para crecer y ser protagonistas de éste, juntos. Naturalmente, para que estas situaciones se sostengan es necesaria cierta estabilidad, tanto formativa como laboral, y de esta forma compartir estados emocionales positivos, donde la seguridad y la integridad personal nos permitan trabajar bajo la premisa del compromiso ético.

El educador social está legitimado, por su formación y experiencia, para intervenir en un escenario cada vez más interdependiente de los procesos de cambio social (Gómez, 2002), pero también es el resultado de múltiples factores donde su mundo emocional dependerá de la construcción de su carácter (Camps, 2010).

Por último, creo sinceramente que la educación social debe terciar entre el poder de las instituciones y la necesaria toma de decisiones que plantea la justa distribución de los recursos, pues ahora sabemos que, como seres humanos, venimos al mundo con claros impulsos hacia los otros; sin embargo, transcurrido el tiempo algo ocurre en nosotros que trastoca este impulso primario, insensibilizándonos ante el dolor del otro (de Waal, 2007). Es cuando lo cultural y lo normativo sucumben a los intereses, máxime cuando el orden económico está dirigido a perpetuar la desigualdad al amparo de sistemas políticos y económicos deliberadamente ineficaces (Pogge, 2005).

La expresión de la actividad racional y ética, a la que se debe la Educación Social basada en normas, derechos y obligaciones utilitaristas, desemboca en considerar que es bueno aquello que es útil para la mayoría (Camps, 2010); trabajar para dar al deseo un estatus objetivo y reconocer su concepto racional, para materializarlo en la necesidad de resistir para cambiar lo que no nos gusta. Intervenir activamente en el proceso que transforma la hegemonía de lo absurdo, pues “la forma colectiva del comportamiento absurdo es sin duda la más peligrosa, ya que su carácter absurdo no llama la atención de nadie y acaba siendo sancionada como normalidad” (Miller, 2006: 140). Deseo que trascienda la imagen de la educación social como aquella profesión capaz de transformar el valor de uso en la lógica del valor de cambio, sin temor a las consecuencias adversas del proceso (Ballester, 1991).

REFERENCIAS
Ballester, L. (1991). Las necesidades sociales. Teorías y conceptos básicos. Madrid: Síntesis S.A.
Camps, V. "Conferencia: LAS EMOCIONES MORALES. LA CONSTRUCCIÓN SOCIAL DE LA AUTOESTIMA. Victoria Camps. Fundación Juan March." Fundación Juan March. 2010. Consultado el  04 del 03 de 2015 en: http://www.march.es/conferencias/anteriores/voz.aspx?p1=22659&l=1
De Waal, F. (2007). El mono que llevamos dentro. ¿Hemos heredado de nuestros ancestros algo más que el ansia de poder y una violenta territorialidad? Barcelona: Tusquets editores.
Gómez, J. (2002).   Construir la profesión: la Educación Social como proyecto ético y tarea cívica. Pedagogía social: revista interuniversitaria 9, Pp. 91-125.

Miller, A. (2006).  Por tu propio bien: raíces de la violencia en la educación del niño. Barcelona: Tusquets editores.

domingo, 20 de septiembre de 2015

Ser pobre en la infancia.

Siendo España el país donde más ha crecido la pobreza infantil, como resultado del incremento del número de familias que carecen por completo de ingresos, tal vez sea el momento de analizar el impacto de la pobreza infantil en la salud y el desarrollo de los niños. Esta idea no es nueva, Ratcliffe y McKernan (2012) estudian las repercusiones de nacer en un hogar pobre, advirtiendo que en los Estados Unidos y durante las últimas cuatro décadas casi la mitad de los niños nacidos en hogares sin recursos eran pobres, al menos, la mitad de su infancia; es más, demuestran que en altos porcentajes la situación de pobreza les acompañará no menos de diez años, y constatan también cómo las consecuencias de esta situación pesarán en la edad adulta, con lo que las mejoras en el bienestar de los niños de hoy pueden tener efectos duraderos en el futuro.
La persistencia de la pobreza en los primeros años de vida es un indicador de trayectorias igualmente definidas por escasos recursos, en las que las víctimas de la pobreza infantil son más propensas al abandono escolar prematuro, y presentan problemas de conducta y menor cociente intelectual a los cinco años cuando se les compara con niños que han tenido la suerte de nacer en familias sin dificultades económicas.
En un estudio longitudinal realizado por Signe-Mary McKernan, se analizan las consecuencias del estrés tóxico, vinculado a situaciones de carestía que, según la Academia Americana de Pediatría, desemboca en bajos niveles de memoria de trabajo y dificultades para la concentración, donde los cambios en la estructura y funcionalidad del cerebro son responsables de alteraciones cerebrales y frágiles estructuras cognitivas que obstaculizan el aprendizaje, favoreciendo comportamientos inadaptados y deteriorando la salud de los niños. Por ello, no es descabellado vincular la exposición prolongada a la pobreza durante la infancia a trayectorias difíciles durante la adolescencia y a pobres resultados académicos.

Existe un elevado consenso que vincula el crecimiento económico de un país con el capital humano que aportan sus ciudadanos, por ello destinar recursos para la mejora del bienestar de los niños pobres y sus familias, tendrá sin duda un impacto positivo, siendo el coste mayor si la dirección es la contraria. Esto pasa, inevitablemente, por la capacidad de los padres para obtener un empleo estable e ingresos suficientes que les permitan atender en toda su magnitud las necesidades infantiles, forjando de forma decidida la igualdad de oportunidades.